Demás está decir que al principio todo se cosía a mano; evidentemente, en las fábricas, allá por los años 1830, había sastres cada vez más perfeccionados y veloces capaces de dar unas 30 o 40 puntadas por minuto. Hasta que llegó Barthélemy Thimonnier, un sastre de Lyon y le dio forma a un rústico artefacto que no obstante llegaba a las 200 puntada por minuto.
Como siempre, el gobierno fue el primero en interesarse, tanto que al poco tiempo tenía ya 80 máquinas de ésas haciendo trajes militares.
Grave error parece que es lo nuevo y los inventos. Los sastres, que veían amenazados sus negocios, se lanzaron contra la fábrica destrozando todas las máquinas y a punto estuvieron de matar al propio Thimonnier, que tuvo que huir a la ciudad de Amplepuis, donde murió en la pobreza absoluta.
Ahí quedó todo, hasta que un mecánico de Boston, humilde él que trabaja para sustentar a su familia, esposa y tres hijos, Elias Howe, oyó una charla en la que se decía que quien inventara la máquina de coser se haría de oro.
A partir de ahí eso se convirtió en su obsesión, observaba atentamente a la esposa mientras cosía, al principio no daba bien con la clave, hasta que logró al fin encontrar la forma. La patentó en 1846 y comenzó a ofrecerla a distintos fabricantes. La máquina con sus 250 puntadas por minutos parecía estupenda, pero entre el coste que llevaba y las amenazas del gremio de sastres, nadie se interesó en su invento. Así que apenas sin recursos se embarcó con su familia a Inglaterra de la que regresó dos años después y se quedó asombrado al ver que en las tiendas se vendían máquinas como la suya a 100 dólares; es así como comienza a litigar con los fabricantes ya que aunque las máquinas eran mejores que la suya estaban basadas en la puntada patentada por él.
El fabricante más importante era Isaac Singer que se negó a un acuerdo amistoso con Howe. Hasta que después de largos e infructuoso intentos, por fin el juez que se ocupaba del asunto, impuso a Singer a compartir el dinero: por cada máquina que fabricaba, Howe recibiría un royaltie, tal es así que comenzó a percibir unos 40.000 dólares por semana, pero ya su esposa que tanto lo había apoyado, no estaba para disfrutar ese éxito.
Lo curioso es que otro inventor Walter Hunt, el que creó el famoso imperdible en tres horas, había ideado una máquina de coser 11 años antes que Howe, pero había vendido los derechos por 400 dólares para pagar una deuda de 15. En fin, cosas de la vida.