El cerezo es un árbol de la familia de las rosáceas, o sea que está junto con las rosas, los almendros, los duraznos, los ciruelos, los endrinos…
No es de extrañar entonces que se lo relacione con el amor y que represente el comienzo, el renacimiento, etapas limpias de la vida, la buena suerte.
Nació por Macedonia y Asia Menor.
Se consume todo de él, desde su fruto en estado puro hasta elaboraciones tan conocidas a través de la historia: licores (el Kirsch, el Marrasquino) confituras y guisos.
Sus hojas son diuréticas, su madera ha originado siempre hermosas y grandes obras de ebanistería, tornería e instrumentos musicales.
Hanami
Si bien el cerezo ha originado ceremonias, fiestas en torno a él, la mayor veneración proviene de Japón, donde admiran sobre todo sus flores y donde cada año se celebra bajo sus copas el Hanami, “La contemplación de los cerezos en flor”.
Ha sido un árbol muy importante en la cultura japonesa, hasta tal punto de ser considerado desde muy antiguo un árbol sagrado donde habitaban sus dioses. Y ha formado siempre parte de la literatura, la pintura, los bailes y diferentes representaciones gráficas en este país.
Es así como a principios de abril familias enteras salen al campo para comer y beber sake bajo estos árboles floridos.
Ellos lo consideran el ideal de una vida simple y pura; el cerezo en flor representa el paso del tiempo y un instante feliz en la corta vida puesto que representa la primavera y el renacer. Los enamorados aprovechan este momento para declararse su amor.
Además de esta fiesta, en las bodas japonesas los novios beben una infusión de flores de cerezo que les ofrece buena suerte en el futuro.
El cerezo a través de las civilizaciones
Desde siempre ha sido relacionado con dioses y divinidades.
En la mitología romana se lo enlazaba con Venus, con el Sol y con el verano. Lo consideraban el símbolo de la inocencia.
En las culturas centroeuropeas se predecía el destino de las doncellas con los huesos de sus frutos recién comidos. Éstas preguntaban cuándo se casarían, entonces se observaba un hueso tras otro e iba contestando: “este año”, “el año que viene”. “nunca…” etc. El último hueso elegido determinaba la respuesta.
En la Edad Media los brujos y hechiceros utilizaban ramas de cerezos para realizar sus conjuros y recetaban el jugo como afrodisíaco.