Los cisnes negros son de Australia. Fueron descubiertos en 1697. Dicen que llegó a convertirse en plaga en Nueva Zelanda, aunque ya sólo quedan allí unos pocos.
No difieren sus formas ni costumbres a las del cisne blanco y lógicamente desde que empezó a conocerse su existencia los jardines europeos lucieron su belleza.
La madre pone un promedio entre 4 y 6 huevos de un color verde muy suave. Los va depositando uno cada dos días y luego los incuban durante unos 40 días los dos, padre y madre.
Nacen blancos, les gusta montarse como todos los cisnes sobre sus padres mientras, las plumas van cambiando paulatinamente al gris oscuro. Su pico es rojo.
Comienzan a volar a los seis meses y ya a los dos años son adultos.
Les gustan los lagos y se alimentan de plantas acuáticas. Aunque prefieren la vida tranquila, pueden desplazarse a cientos de kilómetros en busca de alimentos.
Alguien les puso este nombre en latín “Cygnus atratus”
Uno de los libros más vendidos curiosamente el año pasado fue “El cisne negro” de Nassim Nicholas Taleb, un personaje que nos deja impactados sólo al leer su curriculum: “Catedrático de ciencias de la incertidumbre” O_O; eso nos ha llevado a lo que se está divulgando como una especie de canon de nuestro tiempo:
Que “un cisne negro es un acontecimiento altamente improbable que responde a tres principios característicos:
1) Es imprevisible
2) Tiene un gran impacto
3) Una vez producido, tendemos a elaborar explicaciones que lo hacen parecer menos azaroso y más predecible de lo que fue.”
Según él (Taleb), son parte integrante de nuestro mundo, desde el auge de las religiones y los nacionalismos al caos económico y las peripecias de nuestra vida personal fruto del azar.
El simbolismo del cisne negro como representante de la teoría es fácil de comprender.
Es que hay que partir que la intelectualidad se hallaba encerrada en la vieja Europa y ésta jamás había visto un cisne negro. Vaya a saber por qué razón a Décimo Junio Juvenal un poeta satírico latino, nacido hacia el año 55 d. C. se le ocurrió mencionarlo, seguramente con el mismo concepto que después le dio el conocidísimo filósofo y matemático David Hume.
Es decir que la expresión “cisne negro” fue utilizada como metáfora de aquello que no podía existir ya que hasta 1697 sólo estaban en la imaginación de los europeos.
Todo esto nos indica, por un lado, la vanidad de los humanos que elaboran sus tesis a partir de lo que no conocen y dan por hecho de que no existen. Creándose siempre luego la necesidad de adaptar lo negado.
Aunque lógicamente tanto Hume como hace tan poco Taleb tratan de explicar el impacto de un hecho que no se espera, impredecible, aunque se haya pensado en él. Tal como debió ocurrir en 1687.
En definitiva, parece que por más incongruentes o inexplicables que sean los acontecimientos, una vez que nos enfrentamos a la evidencia, siempre terminamos adaptándonos
Regalo de Cherokee